No me cansa ser un perdedor; te doy mi palabra. Cuando regreso, cada vez lo hago mejor; subo, recalo. La última vez que el suelo se abrió a mis pies, me tragó, caí tan hondo que mi impresente perfecto propuso inmovilidad hasta recuperarme de tan grande palo. Me desarmaron.
Esos huesos tardan en soldar, dijo la sabia voz de la oscuridad; todavía, hoy, me conmuevo. Mis brazos salieron ilesos y pude volver a escribir, pero las piernas se desdibujaron, mi boca quedó sellada y, por ende, mi alma vagó entre los pliegues de la soledad y los páramos de un verbo amar que declinaba dialecto nuevo; era casi morir, de ser ha sido. En ningún momento quise ponerle atención, el diálogo que discurría detrás de mi mirada congelada tan solo arañaba la superficie del iceberg que había nacido en mi pecho y asimilado mis órganos vitales.
Recuerdo su color, era un azul intervención, trágico y desabrido, con matices de conquista; colonización. No pude resistir su beligerancia, cayó la torre, la biblioteca, los subterráneos. Era una tonalidad marina con la belleza irresistible de Dorian Gray y que discurría en completo silencio, prieto y frío como la mismísima decepción, nada de sucedáneos, malos gestos o muecas, ni espejismos banales del sota, caballo y rey; una loba.
El indiferente congeló mis lágrimas, azuló unos labios que hacía poco lanzaban palabras de agradecimiento a los verdugos que nunca cedieron de aplaudir los distinguidos resultados y dar coba a un espectáculo que colgaba, una y otra vez, el cartel de todo vendido. Con el calor de la distancia y sus saltos de fuego, desperté suspendido en el fondo que une mis expresiones en el fluido de un mar que carece de sonidos, donde corales, cañones, montañas, llanuras abisales aguardaban en mi interior.
Abrí las ventanas y, abracadabra, de mi pecho dejé salir el último rastro. Los peces, testigos inmóviles en la negrura, alumbraron un nuevo ascenso. No me cansa ser un perdedor; te doy mi palabra. La experiencia de crisálida, la dulce seda de su almohada, confección de renacimiento y sendero de regreso a yo, me, mí, conmigo no pueden competir con aquellos que me hicieron caer. Para ganar de verdad, antes hay que perder muchas veces.
Técnica: ceras. Medidas: 23 x 31 Papel acuarela 300 grms